Vivir para la lucha…luchar para vivir

Zaprian Petrov, una historia de amor a la vida

Rodrigo de Buen
Fotos Jacob Villavicencio

 

La tarde del viernes 8 de enero de 2010, fue un parteaguas en la vida del profesor de lucha Olímpica de la UNAM, Zaprian Petrov. Al salir de su casa y querer cruzar una calle, fue atropellado de manera imprudencial por un vehículo, el cual lo lanzó y proyectó por los aires, más de diez metros. Con múltiples fracturas en el cráneo, la cara, vertebras y en las piernas, llegó en estado de coma al hospital, en donde estuvo así por más de una semana. A partir de ahí, la vida del doble ganador del Premio Puma en 2000 y 2004, como mejor entrenador de la UNAM, dio un giro radical. Comenzaba una lucha distinta a la que había practicado, iniciaba ahora, la lucha por sobrevivir.

Bulgaria, el lugar que lo vio surgir

Nacido un 28 de septiembre de 1952, en Stransko, provincia de Haskovo, una pequeña aldea en el municipio de Dimitrovgrad, al sur de Bulgaria, el profesor Zaprian Petrov Doychev, vivió ahí hasta que culminó sus estudios de secundaria. Posteriormente, su bachillerato lo realizó en la ciudad de Stara Zagora, la sexta más grande de Bulgaria. Ahí comenzó su encanto y enamoramiento con el deporte de su vida: la lucha olímpica. Fue cuatro veces campeón nacional representando al equipo Beroe. Su pasión por el deporte lo llevó a Sofía, la capital búlgara, donde estudió en la Academia del Deporte, la licenciatura y posgrado en educación física.

México, más que su segunda patria, el lugar que lo enamoró

Contrajo nupcias el 23 de septiembre de 1979 con la entrenadora búlgara de gimnasia, Kalina Dimitrova, con quien procreó a sus dos hijos varones, Pater y Deyan, quienes nacieron en 1980 y 1982, respectivamente. A finales de 1991, Kalina viajó a México, como entrenadora de una gimnasta búlgara que participaba en algún encuentro gimnástico en la capital mexicana. Al verla impartir sus entrenamientos, le ofrecieron trabajo en un gimnasio de la zona del Pedregal. Colegas y compatriotas de ellos, se encontraban trabajando en México y la animaron a quedarse en suelo azteca.

La noche de año nuevo de aquel 1991, Kalina llamó a Zaprian por teléfono y sin más, le propuso venir a vivir a México con los niños de manera definitiva, pues ella creía que podía ejercer su gusto y pasión por entrenar jóvenes luchadores y que el país, le iba a gustar. El 24 de mayo de 1992, pisó por vez primera suelo mexicano, lugar que adoptó como su segunda patria y del cual se enamoró inmediatamente.

Sin conocer el idioma español, Zaprian comenzó a trabajar en la Comisión Nacional del Deporte (CONADE), y el 7 de septiembre de ese mismo año, ingresó a dar clases en lo que a la postre fue y ha sido su segunda casa: el plantel 3 “Justo Sierra”, de la Escuela Nacional Preparatoria, en la UNAM. “Fueron mis alumnos quienes poco a poco me enseñaron a hablar español y aprendí bien, pues hoy soy más mexicano que el chile poblano o el nopal. Me encantó México, su clima, su gente y, sobre todo, que había el talento humano y la posibilidad, de preparar a jóvenes y entrenadores en el ámbito de la lucha”, sostuvo al recordar su llegada a México aquel año y como desde entonces, se quedó aquí para siempre.

Vivir para la lucha…luchar para vivir

A cuatro años de aquel trágico accidente, Petrov no guarda rencor en su corazón contra quien tuvo la desafortunada impertinencia de conducir un vehículo a alta velocidad, sobre la avenida Miramontes, y arrollarlo. Largos y dolorosos meses de terapia, cirugías y rehabilitación, le ha llevado para poder, actualmente, volver a caminar (cuando los médicos no le daban siquiera un pronóstico de sobrevivencia al momento del accidente, mucho menos para volver a estar de pie).

“El apoyo de mi esposa ha sido fundamental y yo le agradezco infinitamente el amor y la paciencia que ha tenido en todo este tiempo, para estar conmigo, apoyarme, llevarme a las terapias y no dejarme caer en los momentos más agobiantes de este infierno”, relata.

Sin duda, el haber sido un atleta de alto rendimiento desde su juventud y el hecho de haberse mantenido en estupenda forma física durante todos los años que lleva como entrenador en la UNAM, aunado a una férrea mentalidad, le permitieron sobreponerse a tan difícil y dramática situación. “La lucha, como deporte, es y ha sido mi pasión y mi vida. Después del accidente, luché para sobrevivir y hoy, poco a poco, voy retomando de nueva cuenta las actividades con mis alumnos”.

En 2012, por iniciativa de la entonces directora del plantel, profesora Ligia Kamss, al gimnasio de la Prepa 3 le pusieron su nombre. “Ese detalle me dio fuerzas, muchas ganas y ánimos para seguir adelante”, dice emocionado.

Mexicano por naturalización desde 2002, de esta tierra solo tiene palabras y expresiones sinceras de agradecimiento. “México no es mi segundo país, lo amo, lo siento y lo tomo como si fuese el primero. Por el amor a mis alumnos, a su gente buena, por permitirme trabajar en lo que más me gusta, por una institución entrañable como lo es la UNAM, he podido hacer aquí lo que me inculcaron en mi lugar de origen: enseñar, corregir, educar. Solo gratitud infinita puedo tener por esta noble tierra mexicana”, dijo, quien ha forjado a cientos de alumnos a través del deporte y que se esfuerza día a día por volver a retomar aquello que con tanta pasión y entrega sabe hacer: enseñar los secretos de la lucha olímpica a sus alumnos de la Prepa 3.

México DF, 24/01/2014

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